El camino en el viento . II
¿Quién lleva la palabra? El viento. Respondió.
¿Quién lleva la palabra? El éter. Respondió.
¿Quién lleva la palabra? El poeta. Respondió.
El Iniciado sabe que es más importante el receptor de la palabra que la palabra misma. Y sabe que esta debe ponerse a disposición del emisor para llegar al receptor.
La mañana, preñada de hombres en paro, iba avanzando hacia el parto, de miserias y angustias. Estaba hinchada, llorando, por no poder parir. Hacia falta un empujón más. Aquellos hombres no querían salir de su nido, estable, cómodo y seguro.
Eran ya mucho los hombres y mujeres que se agolpaban en las puertas de aquel nacimiento sin gloria.
Con un fuerte grito, la mañana empezó a soltar sus retoños. Hombres y mujeres sin futuro. Condenados al silencio de los indigentes. Condenados a no soñar. Condenados a mendigar trabajo de empresa en empresa. “Por favor señor, tengo dos hijas, soy trabajador y buena persona”.
“Está bien, está bien, deje ahí el curriculúm”. Dijo el encargado sin dejar de leer la prensa.
¿Cuánto curri-leches había dejado ya? Cuántos jefes lo habían ignorando. Había empresas que colgaban en su puerta de acceso, “no se admiten más curri-leches”.
Tónian pasó junto a Manuel. Vio como secaba las lágrimas. Oyó como gemía. Sintió como Manuel se esforzaba para poder respirar. Volvió sus pasos, hasta llegar junto a aquel ser humano.
- Hola, ¿te puedo ayudar?
El Iniciado sabe que todos los hombres y mujeres están solos. Sabe que el camino que cada persona anda en el viento es único. Sabe que nada puede hacer. También sabe que puede escuchar y hacer que el que habla se escuche asimismo. Sabe que sólo el amor engendra melodía. Y desde lo más profundo de sí mismo sabe que no puede ignorar a los seres que sufren.
Manuel empezó a hablar. Le contó su vida laboral. Diez años en una gran empresa. Doce años de taxista. El resto trabajos de todo tipo: camarero, pintor de brocha gorda, encuestador, vendimiador, cortador de naranjas, etc. Unos con contrato, otros sin él. Ahora le habían despedido por viejo, por tener marcados en su cara los sufrimientos de cincuenta y dos años de vida.
Empezó a hablar de sus dos cachitos de cielo, sus queridas hijas.
Al hablar de ellas, las lágrimas volvían a sus ojos. ¿Qué les iba a dar ahora? Cuantas cosas que no tenían. Les estaba fallando, él debía haber hecho esto y no lo otro. Debía haber sabido. Muchas veces había tomado la decisión incorrecta y ahora estaba desbordado, ya no sabía que hacer.
Tónian dejó que el silencio llenará el corazón de Manuel cuando callo. Tomó su mano y le pidió que le contara alguna cosa especial de su vida, algo bueno. Seguro que había algo bueno. Sí, dijo:
- Ha habido cosas muy buenas, una vez… En otra ocasión… Otro día…
Fue relatando acontecimientos felices. La cara se le iba alegrando.
- ¡Ah! Había olvidado aquella vez que…! Y aquella otra ja, ja, ja, mira yo iba, y entonces…
Volvió a terminar de hablar. Hubo un silencio de ángeles pasando. Manuel mirando a los ojos de Tónian, le dijo:
- Me había olvidado de que no todo ha sido malo. Al oírme me doy cuenta de lo que he sido capaz de hacer. Me doy cuenta de que los únicos que no luchan son los muertos.
Tónian le habló de que los indios Lakotas de América del Norte tenían por costumbre llevar un saquito de piel. Donde guardaban cositas pequeñas como recuerdo de grandes acciones. Cuando se sentían hundidos abría el saquito y las sacaban. Al ver los objetos, éstos, les transportaban a lo sucedido, activando el recuerdo de sus grandes hechos. Recordándoles, que habían podido hacer lo que en apariencia no se puede realizar.
El ánimo y la seguridad fueron llenando el pecho de Manuel.
Tónian dejo que los ángeles del silencio volvieran a pasar. Miró a los ojos de Manuel. Éstos brillaban como el día cuando empieza a amanecer. Le volvió a coger de la mano y le dijo:
- ¿Qué le dirías a tu amigo más querido si pasará por donde tú pasas?
Manuel dijo:
- Le diría que luchara contra esta injusta sociedad, que se organizará, que buscara personas en su misma circunstancia. Le diría que contara conmigo. Que no se rindiera.
Al oír esto, Tónian supo que Manuel había llegado al punto donde los hombres tienen una cognición y necesitan estar solos.
Para ausentarse, se distrajo con el vuelo de una mosca que iba de acá para allá como si encontrara paredes invisibles. La cara de Manuel había cambiado por completo. Se dio cuenta de que lo que aconsejaba a su querido amigo era el mejor consejo para él. Tónian seguía observando el vuelo de la mosca. El ciclo había terminado.
Manuel miró a Tónian. Tónian miró a Manuel. Ambos se reconocieron hermanos en el universo.
- Estoy contigo en tu lucha aunque no veas mi presencia.
Lo sé dijo Manuel, que continuó diciendo:
- Tú llévate mi buena voluntad , es lo poco que tengo.
El Iniciado sabe que el conocimiento despierta automáticamente la compasión. De forma espontanea. No la compasión desde el superior al inferior. Sino la compasión entre iguales.
El Iniciado sabe que así es, y así se cumple.
Toni Carrión