lunes, 14 de febrero de 2011

Las Princesas

Las Princesas



Érase una vez, hace muchos, muchísimos años. Antes de que los dragones fueran enviados al mundo de la fantasía.

En una casita blanca, en las afueras de un pueblo blanco, al lado del mediterráneo, vivía una niña. Su padre, como casi todos los hombres allí, era pescador. Apenas  pasaba por casa. Siempre estaba en el mar. Su madre, siempre atareada, no tenía mucho tiempo para jugar con ella.

Arayáis, que así se llamaba la niña, era muy bella. Cuando nació, de pie, sus padres se sintieron afortunados.  La niña traía algún don, según la creencia de su pueblo. Mamá deseo que fuera muy guapa y papá quiso que tuviera buen corazón.

Fue haciéndose mayor y los niños le iban teniendo miedo. Ella siempre adivinaba lo que querían y lo que pensaban. Les decía cosas que iban a ocurrir. A los lugareños, esto, no les hacía mucha gracia.

Con apenas nueve años se dio cuenta de que sus amigos y amigas no querían jugar con ella. Como sabía que iban a hacer, les ganaba en casi todos los juegos,  y esto a los otros niños no les gustaba nada.

Cuando tenía 15 años conoció  a un joven pescador. Tres años  mayor que ella.  El chico le decía que la quería, pero  ella, notaba que había cosas que no le decía. Siempre la quería besar y tocar. No es que eso no le gustara, pero había otras cosas importantes como la amistad, la sinceridad, la vida, o el mar.

Faltaban siete días para que Arayáis cumpliera 18 años. Hacía tiempo que no veía al joven pescador. Pocas veces ella iba por el pueblo.  Caminaba horas y horas por la playa. Cantando canciones a la olas se acompañaba en sus solitarios recorridos.

Esa tarde, una semana antes de su cumple, se entretuvo jugando con gaviotas. La noche llego rápidamente. Las oscuridad iba tapando los colores. La joven escucho un fuerte aleteo. Tuvo miedo y se tumbo en la arena. El batir de alas se aproximaba. Estaba aterrada. Cerro los ojos y estaba a punto de gritar, cuando escuchó:

-       “No tengas miedo, no quiero hacerte daño.  Sólo quiero  hablar, de la luna, de la noche,  del sol, del día, de la amistad,  de la confianza, de la vida, del mar….

Poco a poco sacó la cara de la arena. Delante de ella había un enorme dragón mágico.  Lo miró intrigada. Había oído hablar de ellos y de su magia. No le pareció que quisiera engañarla, pero ya era tarde tenía que volver a su casa. Con un poco de susto que le quedaba, le dijo al dragón:

-       “Mañana si quieres, ven antes, hablaremos”
-       “Que así sea” – contestó el animal..
-       “Pues bien” – dijo ella – “hasta mañana”.

En su hogar, mientras  preparaba la cena, algo la tenía intrigada. No había sabido que iba a pasar cuando estuvo asustada.

A primera hora de la tarde, el dragón esperaba en la playa a la muchacha. Metido dentro del agua, jugaba a saltar las olas. Con cada salto el agua salpicaba tanto que la arena de la playa  estaba toda mojada.

-       “Estás empapando todo – dijo Arayáis  cuando llego.

Los dos se rieron. Se sentaron frente a frente. Hablaron y hablaron. Rieron  y jugaron. Arayáis supo que el dragón se llamaba Zuriel. Conoció historias de príncipes  malos y buenos, de labradores buenos y malos, de bellas princesas.y de campesinas Historias de castillos, de palacios, de pueblos y de aldeas que el dragón le contaba. Se vieron todas las tardes  hasta el día de  antes de su cumpleaños.

Zuriel esperaba en la arena con la cola metida en el agua. Al llegar Arayáis le dijo en tono muy serio:

-       “No ha sido casualidad que yo te encontrara. Mi pueblo necesita una princesa para volver a soñar. Toda la tierra hemos recorrido buscándola mis compañeros y yo. Sólo dos cosas le hacen falta a esa mujer para nuestra reina ser. Que tenga buen corazón y  tenga buena voluntad. Por esas dos razones a ti te vine a buscar”

Ella no salía de su asombro. Él no paraba de hablar, explicó los motivos de su pueblo para elegirla a ella.

La luna, el sol y el Lucero del Alba estaban en el cielo y se reflejaban en el mar. Zuriel dijo:

-       “Arayáis, escúchame: en el cielo y en el mar está la señal. Empezaremos el ritual. ª Arayáis, por el poder que me ha sido otorgado en la asamblea que se celebra en Kablasi (ciudad de los dragones  situada al norte  del polo sur)  donde se reúnen todos los de mi especie. Cuando los grandes cambios se aproximan. Yo, Zuriel, te nombro princesa de los dragones.

La joven, no lo podía creer.  Él leyendo sus pensamientos le señaló el horizonte. Cientos y cientos de dragones de todos los tamaños volaban hacia ellos. Los rodearon con un círculo perfecto. Zuriel preguntó solemnemente:

-       “Arayáis, aceptas ser la princesa de mi pueblo,  de buen corazón y buena voluntad?
-       “Sí, sí!  Acepto – contestó.

Todos los dragones lanzaron sus llamaradas al cielo. La noche se iluminó. Bajaron sus colas en señal de afecto y amistad. Ella bajó sus ojos, junto sus manos y se despidió de ellos antes de que volaran hacia el horizontes jugando con las olas del mar.

Zuriel se quedó a su lado y de nuevo comenzó a hablar:

-       “Los príncipes y las princesas lo son por la nobleza de su corazón. Las personas se pueden poner coronas de oro y de diamante pero si sus hechos son malos, esas coronas se volverán de plomo y acabarán aplastando sus cabezas. A las princesas de verdad, como tú, aunque no lleven corona, les brilla la cara y la frente. Como si todas las joyas del mundo estuvieran engarzadas en su pelo. Da igual, si son campesinas o pescadoras. Da igual, si  nacieron en altas cunas o lo hicieron en esteras.  Sólo su corazón interesa. Tú has ganado sin saber, sin conocer que eras observada. Ahora hay una diferencia. Sabes que por tu buen corazón ganaste  y ahora quiero que sepas que por tu corazón puedes perder”.

La chica entendió. No necesitaba saber donde estaba su reino. Ni las riquezas que tenía.

Zuriel cogió las lagrimas de despedida que salían de sus ojos de dragón. Las tiró al aire y lanzó una bocanada de fuego hacia ellas. En la arena cayó un diamante como una nuez. 

- “Cógelo. Cuando me quieras ver, diciendo mi nombre, lo tienes que romper.; no hay otra forma de poderlo hacer.”

Arayáis, que seguía un poco asombrada, consiguió emitir una palabra  “Zuriel”.  El dragón espero antes de empezar su marcha.

-       “Escúchame, tengo un problema”.

En un pequeño resumen le contó los líos que tenía, por las cosas que adivinaba o que predecía.

- “La gente me tiene miedo y yo quiero ser como ellos” – acabo diciendo.


Cogiendo con sus ojos a los ojos del dragón, le preguntó:

-       “Me puedes ayudar”.
-       “Que así sea. Pero tu deseo sólo durará cinco años. Cuando se cumplan desaparecera. Si aún sigues queriendo perder tu Don, entonces para siempre lo perderás. Deseas algo más?
-       “Si Zuriel. Quisiera darte un beso mi caballero dragón.
-       “Que así sea”.

Zuriel bajó la cabeza hasta sus labios. Arayáis dejó un beso en la mejilla de escamas.

-       “Adiós princesa”.

Un par de enormes alas en la noche cruzaron el  espacio.

Arayáis guardaba todo en su cabeza. En la parte del cerebro que pone – Palabras que no puedo olvidar - .  Esa noche durmió como una reina.

Al despertar se notaba extraña. Como si algo le faltara en su cabeza. Fue a dar una vuelta por el blanco pueblo. Nada adivinaba en las caras de la gente, ni en las cosas que veía.

-       “Que bien, ahora me trataran como a uno de ellos” – se decía.


·     ·     ·


Habían pasado casi tres años desde que Zuriel le concediera su deseo y además la nombrará  princesa. La mujer miraba el diamante pensando en romperlo. No podía más, necesitaba ayuda. En todo momento había actuado con nobleza.  Siempre escuchaba a su corazón. Se iba repitiendo, mientras que a la vez recordaba, las veces que había sido engañada, utilizada, decepcionada. Las personas,  sus amigos, sus parientes,  gente en quién confiaba a través de sucias tretas querían utilizarla. A lo que le hacían ella contestaba siempre con la nobleza de su corazón.

La mano de Arayáis lanzó el diamante al suelo mientras sus labios decían:

-       “Zuriel”.

El sonido de alas, batiendo el aire, llego hasta la playa. 

-       “Zuriel, que alegría verte”
-       “Yo también me alegro, Arayáis, mi princesa que deseáis?

La princesa le contó todo  lo ocurrido y le dijo:

-       “Quiero poder saber como antes”
-       “Que así sea” – dijo el dragón.

El hueco que sentía dentro de ella se lleno.  Tenia otra vez su Don.

-       “Zuriel no lo utilizaré para atacar, lo usaré para poder defenderme”.
-       “Princesa, lo sé. Porque veo tu corona brillar en tu sien.  Importante son las cosas que nos pasan, pero más importante es la  respuesta que damos a lo que nos sucede.  Si por tus actos tu corona fuera de plomo, ya no serías mi princesa y no hubiera venido a verte”.

Hablaron y hablaron. Horas y horas  pasaron mientras conversaban. Antes de despedirse, Zuriel sacó un saquito  y del saquito sacó un diamante como una nuez.  Lo puso en la mano de la mujer diciéndole ya sabes  que hay que hacer.

A partir de ese día. Fue mejorando todo en su vida. A su Don llamo intuición. De él se dejó aconsejar.

Era Arayáis una linda ancianita cuando cogió la lagrima del dragón y diciendo: “Zuriel” – la estrelló contra el suelo. Al momento estaba ahí su caballero dragón.

-       “Qué deseáis mi princesa? Me alegro mucho de verte. – dijo el caballero mientras veía la corona como brillaba . Le parecía el sol de tanto que iluminaba.
-       “Yo también me alegro de verte, Zuriel.  Escúchame. Quiero que mi Don lo repartas. Que le des un poco a cada mujer”.
-       “Mi princesa, habrá quién lo use mal y habrá quién lo use bien”.
-       “Lo sé Zuriel, que cada una responda ante su propio ser”.
-       Que así sea.

Hubo silencio. Luego dándole una nueva nuez le dijo:

-       “Princesa ya sabes que hay que hacer”

Los dos se abrazaron. Zuriel voló hacia el polo sur. Había una nueva asamblea en Kablasi. Se avecinaban grandes cambios. Arayáis guardo la lagrima.  Fue feliz oyendo y haciendo caso de lo que decía su intuición.  Siempre acertaba si ella actuaba con nobleza y buen corazón.

La corona que llevaba en su cabeza era de oro, de diamantes , zafiros, rubíes y esmeraldas.

Dedicado a mis hijas Belen, de 17 años, y Carmen, de 4; y a través de ellas a todas las niñas.
Dedicado a Carla Magariño. Ella me pidió un cuento de princesas.

Carla, gracias princesa.





Toni Carrión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario