lunes, 13 de diciembre de 2010

Maruxa y Xoxé ... o la continuación escondida de El Cruceiro

Maruxa y  Xoxé



La niebla se lo dijo al lobo. El lobo lo aúllo a la zorra. La zorra se lo ladró al búho.  El búho a su vez se lo cantó al cuervo. Y el cuervo se lo graznó a la chimenea. Luego pasó de la chimenea a la hoguera, de la hoguera a la silla y de la silla pasó a la bruja. La Maruxa, como era conocida en su aldea, abrió grandes ojos al oír la noticia.  “No puede ser” empezó a repetirse una y otra vez, “no puede ser”.

Quitándose el mandil se dirigió a la alacena de donde saco un velón rojo que encendió murmurando una vieja letanía. Lo plantó en el centro de la estancia. Puso su pañuelo negro en la cabeza. Calzó sus zuecos y se lanzó a la calle. A pesar de los años el caminar de la anciana era ágil. Rápidamente llegó hasta la abierta puerta del cementerio. Lo cruzó hasta llegar a la parte trasera de la ermita. Se paró ante un mausoleo bien cuidado. De dueños con dinero.

Maruxa, después de pasar varios minutos giró sobre sus talones. Ahora los movimientos eran cansados,  lentos y dolorosos. Volvió a cruzar el camposanto, y ya en la puerta, encontró a Xoxé, que llegaba con la lengua fuera.  Apenas un metro entre ambos los separaba. Xoxé con la mirada preguntaba, y Maruxa, con la mirada respondía.

Xoxé cogió la vieja mano,  y casi llorando dijo:
-          Maruxa, dime que no es verdad lo que cuenta la niebla. 
Maruxa correspondió y cogió las dos viejas manos del viejo Xoxé.
-          Si que lo es. Es verdad. La sombra negra está de nuevo en los caminos y en el bosque.
No se cruzó ninguna palabra más entre ellos. Maruxa se apoyaba en Xoxé de retorno hacia su casa. Los dos entraron. Se sirvieron dos copas de orujo. El fuego líquido bajó por sus pechos calentando los ánimos de los ancianos.
-          Tenemos que volver a hacerlo  Xoxé.
-          Lo sé   - dijo él.
-          Maruxa me pregunto: ¿podremos hacerlo otra vez?
-          No lo sé, Xoxé, pero lo intentaremos.
-          Estamos ya viejos mujer.
-          Lo sé, también, eso, lo sé.
Xoxé se lleno otro vaso y dijo:
-          Voy a tocar las campanas. Primero tocaré a difuntos y luego a fuego. Así lo haré una y otra vez. Los paisanos deben saber lo que está pasando. Que se queden en sus casas de noche. Que atranquen ventanas, chimeneas y puertas.
Maruxa, asentía con la cabeza mientras imaginaba a sus amigos y vecinos aterrorizados por el mensaje que salía del campanario.
Xoxé salió rumbo a la ermita, y Maruxa, quedó pensando en otro tiempo.
Hacia ya cuarenta y tres años cuando los dos se amaban con locura. Antes de que las circunstancias malditas separaran sus vidas. Los dos se habían prometido amor eterno, pero el fatídico destino les hizo vivir vidas separadas. Los dos sabían que nunca se habían dejado de amar, y que aunque hubieran sentido otros amores, ninguno se le podía comparar.
La tarde empezó a oscurecer. La aldea, se llenaba de golpes de puertas y ventanas que se cerraban. Xoxé entro en casa de Maruxa, la cogió de las manos y le preguntó:
-          ¿Me amas como entonces?
-          Si.  – dijo temblorosa la anciana.
-          ¿Y tú, me amas como entonces? 
-          Si. – dijo Xoxé mientras se abrazaba a ella después de cuarenta y tres años de espera.
-          Maruxa, sólo con amor lo podemos hacer.
-          Lo sé, Xoxé, siempre supe que llegaría el día que nos volveríamos a unir. Aunque nunca pensé que fueran estas las circunstancias.
Ya había oscurecido del todo. La noche presagiaba el espanto. La pareja cogida de las manos, salió de la casa de bloques de piedra. Atravesaron la aldea camino del bosque. Los zuecos sonaban al chocar sobre los adoquines. Desde alguna casa, a través de las puertas, oían a sus vecinos deseándoles bendiciones.
Habían dejado atrás la aldea y delante tenían la noche, oscura y mágica. La niebla bajaba de la montaña, rápida, como si deseara que nadie viera lo que iba a ocurrir.
Ya la niebla los envolvía y los mojaba. Sus manos se apretaban con fuerza y a veces uno, o a veces el otro, se preguntaban si aún se amaban como entonces. Ambos respondían que más, mucho más que antes. Sus manos se apretaban tanto, que empezaban a enrojecer. Empezaron a  calentarse y el calor subió por sus brazos y recorrió sus cuerpos. Los cuerpos estaban al rojo vivo y seguían aumentando de temperatura hasta llegar al blanco fuego.
Eran dos bolas de fuego luminosas, en medio del bosque. 
Disipando cualquier sombra oscura.


Toni Carrión

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